Del cabo de Trafalgar al Santísima Trinidad

─ Ah de la playa, hombre en la orilla ─gritó el carretero.

─ ¿Por dónde? ─preguntó el vigía a mano alzada.

─ A tu siniestra ─señaló el carretero.

─ Hace tres días del fin del combate y la mar sigue vomitando cuerpos sin vida ─voceó el vigía desde la orilla.

─ ¿Español o inglés? ─preguntó desde la carreta.

─ Gaditano y muerto a tiro de mosquete.

─ ¿Y cómo sabes eso? ─preguntó a la vez que se erguía en el pescante.

─ Por la tronera en su gollete ─se hizo el silencio mientras curioseaba en sus bolsillos─. ¡Hay una nota en su escarcela! ─gritó levantando con ella la mano.

─ ¿Y qué dice? ─preguntó impaciente el carretero.

─ De Barbate, al Escorial de los mares ─respondió el vigía.

─ ¡Es del Santísima Trinidad!, que Dios lo guarde… ¿Solo eso porta su nota? ─preguntó gritando.

─ Negativo, eso lo estoy leyendo en un costado de su coleto de cuero y grabado a fuego.

─ ¡Quieres leer la misiva, carajo! ─gritó enérgicamente.

─ No seas curioso, ni impaciente y arrima la carreta. ¡No!, mejor tráete la parihuela ─mientras se acercaba el carretero, el vigía empezó a leer─.

─ Cosa rara, parece un poema y dice así:


Para los curiosos del lugar


Muy pocos me conocen por Juan Gallo,

y todo ocurrió en una noche de mayo,

pues en los salazones de Conil la conocí,

y en la oscuridad de su calle,

mi primer beso le di.

 

Aunque creía que nadie me veía,

ojo de vigía me perseguía,

por eso al tercer día,

todo el pueblo lo sabía.


Cuatro tontos de remate,

indagaron por todo Conil y Barbate,

pues pensaron que era mujer casada,

la doncella acechada.

 

Al llegar al merendero,

me preguntó el cantinero,

con alarde altanero,

sin quitarse su sombrero…

 

¿Por qué buscar calor de hoguera,

si estamos en primavera?


Que nadie piense al revés, contesté,

pues no es la buscona mujer del marqués.

 

Algunos insistían queriendo saber

y entonces yo sin un instante perder,

os voy a decir en esta glosa,

quién es mi bella mariposa…

 

Ella es fragancia en flor,

e incienso de olor,

de ojos de rubí

y labios carmesí.

 

Al mirar su perfil

me quiero morir,

porque es tan bello su tesón,

como rojo su corazón.

 

Sus actos llenos de amor

y sus caricias un clamor.

 

Su cara piedra sultanita,

pues su nariz es chiquita

y su sonrisa la más bonita.

 

Podría seguir y seguir,

pues hay tanto bueno que decir,

que a la célibe zagala,

pronto la vestiré de gala.

 

Con esto ya sabéis quien es mi mujer amada,

la que aquella noche me acompañaba.


Solo eso fue lo que sucedió,

en ese día del Señor.

Y así queda aclarada,

la confusión generada.


─ ¡Pero que pequeño es el mundo Facundo, si es el hijo de Raimundo!

─ ¿Quién?, ¿ese caballero nocturno tan buscado por rondar a mujeres sin rumbo? ─preguntó el vigía Facundo.

─ Sí, se embarcó hace una semana, huyendo de los enviados del marqués, pues el muy idiota del afrancesado pensaba que con su mujer se acostaba y no era más que a su criada la que este pobre hombre cortejaba ─dijo con voz apenada el carretero Baldomero.

─ ¿Por qué estás tan triste, Baldomero? ─preguntó el vigía.

─ Porque a la mujer que este difunto en esta nota engalana, se llama Juana y es mi hermana.



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